Adiós y buenas noches

    Hay quienes creen que cuando los ángeles lloran es porque lloverá y en situaciones así no es imposible creerlo ya que con sus lágrimas de cristal, símiles a destellos de topacio multi-cromo, éstos podrían perfumar la sequía y permitir consigo el crecimiento de las hortensias rosas y blancas y violáceas y fortalecer sus brazos los cuales, por la noche, parecieran sacudirse con el viento por entre las estrellas, dándole paso al carruaje que desde aquí no parecería ser nupcial o funerario sino el coletón de un ídolo que dirige, sin siquiera saberlo, un éxodo con dirección al Camino de la eternidad.


    Te cuento ésto porque puede que algún día me lo preguntes o porque yo podría, con extraño desapego, olvidármelo, pero no creo que el bullicio de aquí me lo permita. Verás, hay quienes zapatean y lloran y se marean y se vuelcan al agua con tal de reponerse y hay quienes nos sentamos a la sombra y escribimos cartas que luego se quemarán en la cima de algún monte, como el emperador de Japón se lo encomendó a sus soldados con la esperanza de que éstas llegaran a la luna; o en un santuario, donde los desamparados dirigen sus pesares y cadenas de oraciones al cielo.

    Aún así, hay maneras de reconocer —en la forma en que se mueven las nubes, en la manera en la que soplan los vientos u en el brillo de la vegetación— el silencio y las repercusiones que éste genera ante los más atentos pero yo no busco respuesta alguna sino, más bien, cierta resonancia entre tú y la naturaleza ya que ahora, entre coronas florales, parecieras ser un brote de jazmín o de azucena o de lirio o de lo que tú quieras pues bien te comportarte en éste mundo y ahora, en el resto de ellos, puedes elegir ser lo que deseas.

 

Salúdame con el próximo rocío, yo te lo devolveré,
xo



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