Apariciones en el jardín #1 — Marosa di Giorgio

    
APARICIONES EN EL JARDÍN
MAROSA DI GIORGIO 
 

    En pos de evitar el prematuro abandono de éste otro proyecto, creí propicio remendar una primera entrada rápida como a modo de prueba (y luego se verá). Por un momento pensé en explayarme un toque con respecto al laburo crea-evoca-tivo de Francesca Woodman (quien quedará pa' luego) pero, entre las lecturas del curso, me volví a topar con alguien a quien tenía (y tendré, por un instante más que vasto,) pendiente: a la rarita de Marosa di Giorgio (1932-2004) y su Historial de las Violetas (1965). 

    Apenas entrando al jardín (que no se sí debería), circundando por ensoñaciones y ángeles mortuorios, encontré en los espacios de di Giorgio una comunión secreta entre los árboles y aquellos que dormitan debajo de su sombra con la esperanza de quedarse allí un rato más, quizá por siempre, como una suerte de artilugio que perteneció siempre al paisaje que una vez admiró y en el que ahora pretende convertirse: él en compost y el árbol en fino mueble. 

    Éstos espacios capturados como un bichito de luz al que le cuesta respirar por el calor del vidrio evocan una suerte de extrañeza familiar. Son como sí volvieras a verte de niño a través de la mirilla de una puerta por la cual no deberías mirar pues allí no hay forma que no recuerde a una pesadilla bajo el sol de verano o del vacío seco y desesperante de agosto bajo el manto calvo del parral. Son como confesiones de secretos susurrados por una voz que no sabes de dónde viene puesto que el oído que la escucha tampoco es el tuyo ya que también te encuentras allí, como entre-dormido, divisando la hilera de caracoles que desfila sobre la extensión de un tronco que no pareciera terminar excepto en premoniciones fatalistas que se gestan dentro del tintineante silencio de las frutas.

 

               Las margaritas abarcaron todo el jardín; primero, fueron como un arroz dorado; luego, se abrían de verdad; eran como pájaros deformes, circulares, de muchas alas en torno a una sola cabeza de oro o de plata. Las margaritas doradas y plateadas quemaron todo el jardín. Su penetrante perfume a uvas nos inundó, el penetrante perfume a uvas, a higo, a miel, de las margaritas, quemó toda la casa. Por ellas, nos volvíamos audaces, como locos. Como ebrios. E íbamos a través de toda la noche, del alba, de la mañana, por el día, cometiendo el más hermoso de los pecados, sin cesar.

 

—di Giorgio, Historial de las Violetas (XX).

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