Flor de princesa de hoja plateada
No creí que volvería a referirme a ustedes
pero no es sólo en el paisaje u en los fenómenos naturales
donde vuelvo, por entre el lirio de los valles,
a vislumbrarlos como una suerte de leones-cebrados
o perfectos círculos de fuego
(allá, sobre la cima del cerro)
o como santos con metralletas,
pues toda resonancia eólica pareciera traer consigo probabilidad (o ilusión) de lluvia
y de descargas eléctricas
y de gustosa fatiga
(una vez resuelta la tormenta);
y recuerdo que todo muerto merece, al menos,
una flor o un buche de vino o un alfiler
según lo que el espejo muestre, a su vez, de uno
y de todo aquello que reside entre la guillotina de la memoria y el olvido
(esperando pacientemente su veredicto):
es allí donde algunas ideas mutan en lombrices
y otras en enredaderas
y otras en loros hijos del alba y de la sombra de las palmeras
y pienso: «¿dónde estará, pues, mi estrella?
¿acaso será aquello que brilla en medio del patio
con el trece de cada mes?»
lo pregunto pues su floración pareciera,
por el contrario,
distraerme de todo posible mal augurio y sus hojas
(diseñadas por hadas de titanio)
evocan, en mí, cierto aire de añoranza:
era esa la palabra que no recordé al comentártelo.